Después de una rápida y desafortunada evolución de la enfermedad, llevada con una serenidad envidiable, este julio ha muerto la doctora Blanca Farrús Lucaya. Proveniente de las tierras leridanas, hizo la residencia en oncología radioterápica en el Hospital de Bellvitge. Casada ya joven con un distinguido ingeniero, Jordi, tuvieron dos hijos, también ingenieros. En este entorno tecnológico, ella se adentró en una especialidad que combina estrechamente la clínica con la tecnología. Una vez especializada, se incorporó en el Hospital Clínico de Barcelona, ??con el catedrático de la llamada entonces Terapéutica Física, el profesor Badell Suriol.
Cuando, ya jubilado el doctor Badell, me incorporo en el Hospital Clínico en 1987, me encuentro con un equipo reducido pero entusiasta, que suplía con creces las carencias tecnológicas con un espíritu animoso y una gran voluntad de trabajo. La doctora Farrús era el alma. Treinta años a su lado han sido muy enriquecedores. En el día a día te hacía la vida fácil, cuando uno de nosotros iba, ella ya volvía. Rigurosa científicamente -sólo hay que dar un vistazo a su producción científica-, con una capacidad de trabajo envidiable, era el motor del servicio. Tener el honor de dirigir su brillante tesis doctoral sobre cáncer de mama, su gran pasión, fue una experiencia a recordar.
Fue una de las científicas más relevantes de nuestro país en el estudio y tratamiento del cáncer de mama. Su impulso en el comité de mama del hospital difundió el tratamiento conservador, gracias al cual muchas mujeres han evitado cirugías agresivas. Fue la introductora de la radioterapia intraoperatoria con la adquisición de un acelerador de electrones especialmente diseñado para este fin. Aparte de los méritos científicos y organizativos relevantes, fue una gran médica, en el sentido amplio y humanístico del término. Se preocupaba por las pacientes en todos los sentidos, nosológicos, terapéuticos, personales y familiares. Es lógico que ellas le fueran muy fieles. Lo mismo hacía con los compañeros del hospital que, conociendo su valía, la consultaban. Colaboró ??con diversas asociaciones de mujeres con cáncer de mama, en las que fue muy estimada. También tuvo una gran vocación docente, que recordarán todos los residentes y alumnos que pasaron por el servicio.
En el Hospital Clínico alcanzó la plenitud de la carrera profesional como consultora senior, que pudo compaginar con la dirección del Comité de Ética. Fue también secretaria general de la Academia de Ciencias Médicas de Cataluña y Baleares, que la distinguió con el premio Jordi Gol i Gorina por su trayectoria profesional. Desarrolló sus amplios intereses culturales en diversos ambientes y entidades, de los que vale la pena destacar el Ateneu Barcelonès y el Arca de Noé, donde tomó el nombre de águila blanca.
Desgraciadamente ha podido disfrutar poco tiempo de una jubilación tan merecida. Su recuerdo y ejemplo quedará entre los que tuvimos la suerte de su compañía humana y profesional. Descanse en paz.